Desde mi punto de vista uno de los debates más importantes, y clave, para el futuro de España, para el futuro de la izquierda, y para el futuro del PSOE, es el de la competitividad.
Aquí os dejo un artículo que me publican en El país sobre esta cuestión.
La competitividad es un
concepto que para muchos refleja una visión agresiva, mercantilista de la
realidad. Para otros es una necesidad, no ya para la salida de la crisis, que
por supuesto, sino para ubicar a cualquier país en el siglo XXI. La conclusión
aparente entre estos dos enfoques es que la izquierda tiene un reto, porque
ningún país puede aspirar a un futuro con un mínimo de bienestar si antes no
acota en qué aspectos puede aportar y generar riqueza en una economía mundial
integrada. Debemos, por tanto, hacer un esfuerzo para imaginar visiones
progresistas de la competitividad. Veamos dos posibilidades.
Dentro de la izquierda norteamericana hay una tradición
liberal y competitiva que centra su izquierdismo en el rechazo a las herencias.
En este enfoque, el triunfo gracias al esfuerzo personal, a la asunción de
riesgos y a las propias aptitudes es parte fundamental de “la sal de la vida”.
La competencia es un valor en sí mismo y el atractivo de competir y ganar es
tal que no requiere de grandes premios económicos, pero sí del reconocimiento
social porque ese esfuerzo nos hace mejores a todos. Para alguien con esa
mentalidad “deportiva” no es necesario machacar al perdedor, que tiene que
tener el reconocimiento de haberlo intentado y el estímulo para mejorar y
volver. Por supuesto, lo mejor que se puede hacer por un hijo es prepararlo
para la vida, y no aburguesarlo con lujos y herencias que sólo lo incapacitan
para la cultura del esfuerzo. Esta tradición se ve a sí misma como lo contrario
al conservadurismo europeo que no arriesga (ni pobres ni ricos) y hereda la
posición social. Por eso hay tantos millonarios en USA que firman a favor de
impuestos a las herencias y que están a favor de un cierto estado del
bienestar, siempre que la red no haga que la gente se quede tumbado en ella en
lugar de esforzarse por saltar.
Dentro de Europa, la tradición de una visión progresista
de la competitividad es muy diferente. El socialismo ha desarrollado al menos
desde los tiempos de Robert Owen la idea de que el conjunto de la sociedad
puede organizar la producción de manera eficiente si los trabajadores tienen la
capacidad de decisión necesaria. En este caso el centro no es la competencia
entre individuos, sino la competitividad de sociedades cohesionadas. Los
trabajadores rechazan el absentismo y a los que se escaquean cuando entienden
que el proyecto empresarial les es propio, de la misma forma en que rechazan a
los defraudadores cuando perciben que ellos son las víctimas de ese fraude. En
una sociedad ideal el trabajador no se limita a exigir al Estado o a la empresa
sus derechos, sino que él es parte esencial de la toma de decisiones de Estado
y empresa. La tan cacareada flexibilidad
que exige la derecha significa en el diccionario “capacidad para doblarse sin
partirse”; lo que necesitamos es elasticidad,
“capacidad para recuperar la forma tras cesar la fuerza que la deformaba”. Para
ello los trabajadores necesitan el control de ciertas decisiones en la empresa.
Las cooperativas reaccionan mejor a una crisis porque los ingresos de sus
trabajadores caen de manera menos conflictiva, porque conocen la situación y
tienen la capacidad de recuperar sus ingresos cuando las cosas mejoren. La
cogestión en países como Alemania apunta en la misma dirección. La clave del
éxito de comunidades autónomas como la del País Vasco es la implicación de los
trabajadores, porque eso da lugar a empresas que apuestan más por la calidad y
la formación que por el crecimiento rápido (del crecimiento rápido se
benefician los capitalistas y otros trabajadores, pero sus riesgos los padecen
los actuales, que por eso son remisos).
Las diferencias entre ambos continentes han generado
ecosistemas distintos. Las empresas alemanas son más estables y tras 120 años
siguen liderando sectores como el automóvil o la electrónica, porque basan su
progreso en la innovación de procesos para mejorar el producto existente, y ahí
la calidad y la implicación de los trabajadores es fundamental. En Estados
Unidos las mayores empresas cambian continuamente porque el modelo prima la
innovación de producto y facilita el crecimiento rápido de las empresas guiado
por un empresario rupturista en su visión. Los dos ecosistemas funcionan y
pueden acoger visiones progresistas. Lo que no es posible es querer progresar
con partes incompatibles de ambos modelos, protección alemana y flexibilidad
americana nos lleva a no ser ni competitivos ni equitativos, y ahí es donde la
izquierda española tiene un amplio camino de renovación pendiente. En caso
contrario, hace creer a los ciudadanos que la competitividad necesaria sólo es
posible de la mano de la derecha, recortando derechos y compitiendo con los
nuevos países industrializados en una carrera que nunca podemos ganar. En cualquier caso, cómo compatibilizar el
futuro de la economía española con la lucha por una sociedad más justa y
democrática es el principal reto pendiente para una renovación ideológica
inaplazable.
En el caso español, hay
una coincidencia entre el reto de la adaptación ideológica de la izquierda con
los retos de la economía española,
porque cuando se concluye que hay que apostar
por el crecimiento económico, a continuación la pregunta relevante es de
dónde va a venir ese crecimiento, desde mi punto de vista la respuesta es
clara: de una mayor competitividad de la economía española. Y el factor relacionado con la competitividad y la internacionalización sobre el que más ha
insistido la literatura económica de la
última década es el tamaño de empresa,
precisamente la dimensión de la empresa juega un papel muy importante para
exportar más variedades, más productos, más sofisticados, más cantidades y a
más países; pero, también permite unas relaciones laborales más equilibradas ,con
una mayor participación de los trabajadores en la toma de decisiones, una menor
temporalidad y unos trabajadores más
cualificados con salarios más altos. Por
tanto, es posible imaginar y concretar visiones progresistas de la
competitividad que permitan sacrificios
de los trabajadores, en el corto plazo, a cambio de una mayor reciprocidad en
la toma de decisiones de la empresa y de
los beneficios futuros. Ello no sólo solventaría los problemas financieros de
la empresa, sino que además contribuiría a cimentar empresas más innovadoras y más
eficientes para el futuro.
1 comentario:
Muy bueno el artículo una visión crítica de la situación, creo que el camino cada vez se ve más claro ahora hay que trabajar el mensaje de izquierdas para que cale, en eso la derecha se ha adelantado
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