Hay un debate político y
filosófico eterno entre los que creen que las acciones humanas deben ser
juzgadas por sus efectos y los que creen que lo importante es la intención. El
PP ha dejado obsoleto ese dilema con una batería de medidas que son tan inútiles
como inmorales. La amnistía fiscal es la referencia en esa nueva categoría,
porque al problema ético que puede suponer el perdonar los impuestos sin
preguntar el origen de esas rentas, se
une que la medida no ha cumplido los objetivos que se había marcado el Gobierno.
Y es lógico, porque al final principios y resultados no están tan lejos, y una
amnistía sólo tiene sentido si va acompañada de medidas coercitivas
contundentes que modifican el ámbito legal de forma tal que, por un lado,
pueden justificar disposiciones transitorias y, de otro, suponen un verdadero
incentivo para acogerse a una medida que de otra forma carece de sentido. En
definitiva, la amnistía fiscal ha fracasado por los dos lados: por los recursos
que ha obtenido y por lo que ha dejado de obtener. Y de esos fracasos querría
hablar a continuación.
En primer lugar, ha contribuido a destruir la “conciencia fiscal”
de nuestro país a cambio de obtener 1.191 millones de euros, una cantidad que
apenas va a representar dos décimas del déficit público que hay que cubrir este
año. Todo ello si es correcta la cifra que ha hecho pública el
Ministro de Hacienda, porque mucho me temo que la haya inflado, incluyendo por
ejemplo las declaraciones complementarias que se hacen de manera habitual todos
los años por los contribuyentes, o los ingresos procedentes del gravamen
especial de los dividendos de fuente extranjera, ese otro regalo fiscal para
amnistiar dividendos españoles en paraísos fiscales.
Pero ese deterioro de la “conciencia
fiscal ” va a ser más importante de lo que podríamos haber pensado cuando el
Gobierno aprobó la amnistía, antes de la
indecente interpretación de la Dirección General de Tributos sobre Decreto Ley
que la aprueba, por ello el Gobierno ahora quiere ocultar a la opinión
pública que una gran parte de los capitales sobre los que se ha aplicado la amnistía
es sobre los prescritos, en ese caso el gravamen se aplica sobre las
rentabilidades de los mismos, luego el tipo que finalmente han pagado los que
se han acogido a la medida, se sitúa muy por debajo del 10%, muy probablemente alrededor
de un 2%, ello indica lo “barato” que les ha salido a los defraudadores esta
medida.
Otra de las consecuencias, del deterioro de la “conciencia
fiscal” o como la llaman otros autores la “moral fiscal”, es que supondrá un incremento
de la economía sumergida y una caída en
la recaudación fiscal en los próximos años. Una referencia clásica en la
literatura sobre las amnistías fiscales (Stella, 1991) dice que generalmente no
consiguen aumentar la recaudación, más bien lo contrario. Lo que sí consiguen
es debilitar la confianza en el sistema fiscal. Desde
luego, el Banco Mundial se muestra muy escéptico. El economista jefe de la OCDE
Carlo Padoan ha dicho que “la lucha
contra la evasión fiscal no debería ser frustrada con amnistías”. La OCDE alerta del riesgo de las mismas.
Pero, también ha fracasado la Ley
de lucha contra el fraude que acaba de ser aprobada recientemente en el
Congreso de los Diputados; no ha supuesto un incentivo para que los
defraudadores se hayan acogido a la
amnistía, en la medida que no incluye
una estrategia ambiciosa e integral de
lucha contra el fraude. Una amnistía fiscal tiene costes morales respecto a los
contribuyentes y costes reputacionales respecto a todos los ciudadanos,
contribuyentes y defraudadores. A cambio, básicamente recauda pero, por sí sola
poco. El análisis económico la contempla como una medida excepcional que puede
tener sentido sólo en un contexto de endurecimiento de los controles antifraude
(Leonhard y Zeckhauser, 1987).
La amnistía es un fracaso desde
el punto de vista de los fundamentos morales, y desde el punto de vista de los resultados, también
es innecesaria, porque hay otros procedimientos decentes por los que se hubiera
recaudado muchos más, frente a los 1.191 cabe contraponer que la lucha contra
el fraude en 2011 dio como resultado 10.400 millones y en los últimos siete años 56.000 millones de
euros. Y estoy persuadido que con un conjunto de medidas integrales de lucha contra
el fraude y el gran fraude internacional los resultados pueden ser muy positivos en el futuro.
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