18 mayo 2018
11 mayo 2018
30 abril 2018
17 abril 2018
29 marzo 2018
Los Presupuestos Generales 2018 y la estrategia fiscal equivocada
Las cuentas dadas a conocer por el
Gobierno, esta semana, confirman
nuestros peores pronósticos: la estrategia de la derecha española (la antigua y
la nueva) es continuar debilitando el Estado del Bienestar. Como
socialistas, no podemos dejar de reivindicar que una de las grandes funciones
de las finanzas públicas, y en particular de los Presupuestos Generales del
Estado(PGE), es la redistribución de la renta y de la riqueza que genera el
país. En un contexto económico y tecnológico en el que la desigualdad no es un
fenómeno transitorio, y en que la inseguridad sobre el futuro se ha apoderado de
las rentas medias, se necesita poner en el corazón de la política económica la
lucha contra la desigualdad para dar seguridad a la mayoría. Y es que el reparto del crecimiento económico
vuelve a ser tremendamente relevante para la sociedad.
En consecuencia, el Estado del bienestar se hace más necesario que nunca, sin embargo, el Gobierno quiere ir reduciéndolo hasta situar el gasto público español en el 38% del PIB, justo el peso que tienen los ingresos públicos en la renta, uno de los más bajos de la Unión Europea, desde hace muchos años en el PSOE a esa aspiración le llamamos "la sociedad del 38%".
En consecuencia, el Estado del bienestar se hace más necesario que nunca, sin embargo, el Gobierno quiere ir reduciéndolo hasta situar el gasto público español en el 38% del PIB, justo el peso que tienen los ingresos públicos en la renta, uno de los más bajos de la Unión Europea, desde hace muchos años en el PSOE a esa aspiración le llamamos "la sociedad del 38%".
Me explico. La progresiva reducción
del Estado del bienestar se produce con el socavamiento progresivo
de los impuestos directos (IRPF, Impuesto de Patrimonio, Impuesto de
Sucesiones e Impuesto de Sociedades), que se ve compensado con el incremento en
el peso del PIB de la tributación indirecta y el menor peso del gasto
social.
Nadie se debería llevar a engaño: en
la medida que no se apueste por una profunda reforma fiscal que permita que el
10% más rico de nuestro país y las grandes corporaciones aporten más a las
arcas públicas, todo deterioro de las bases recaudatorias del IRPF es
financiada por los propios trabajadores y las rentas medias por las vías de
menos gasto social y más imposición indirecta, en una suerte de
redistribución hacia arriba de la renta y el bienestar o
redistribución al revés.
Por ejemplo, la reducción del déficit
de 4,5 puntos porcentuales del PIB al 3,1 se explica por una disminución
de 1,2 pp del PIB del gasto público y 0,2 pp de mayores ingresos
públicos.
Nos
ayuda a entender lo anterior el hecho de que el gasto total de las
administraciones públicas haya crecido en 2017 a una tasa del 1,1%, en particular, el gasto de la Administración
Central se redujo a una tasa del 0,7%, sin embargo, la economía creció
nominalmente un 4%. Por cierto, con ese crecimiento del gasto público no se puede decir que la política
fiscal sea expansiva.
El ajuste en 2018 se volverá a
producir por el lado del gasto y, en particular, por el lado del gasto social y
productivo: estas tres variables volverán a crecer menos que el crecimiento
nominal de la economía, que de media podría situarse, con bastante
probabilidad, en el 4,7%. Con ello, las administraciones públicas invertirán
10.000 millones menos de lo debieran en políticas sociales y de modernización
de la economía. El 100% de la reducción del déficit será por la vía del
gasto público.
Por otro lado, en los PGE una de las
partidas más importantes son las pensiones.
El Gobierno ha ido a rastras de las demandas sociales, por no hablar del
espectáculo de la carrera de Cs y el PP de ir anunciado medidas electoralistas
para los pensionistas; pero, lo más
relevante es que el marco normativo
impuesto por el Gobierno se mantiene, es decir, el IRP y la reforma al
completo del PP, marco por el que los pensionistas perderán a medio plazo entre
un 30 y un 40% de poder adquisitivo, y un 11% acumulado hasta 2023, según la
AIREF; por consiguiente, la normativa
por la que los pensionistas perderán poder adquisitivo de manera estructural
permanece, por lo que las medidas propuestas en los PGE en materia de pensiones
además de insuficientes, en muchas de ellas son transitorias.
Otra de las grandes funciones de las
finanzas públicas es contribuir a la modernización de la economía, y por ende a
incrementar la productividad, cada vez más importante a tenor del
envejecimiento de nuestra población. Desgraciadamente, el propio Gobierno
reconoce que la productividad aparente del trabajo solo crecerá un 0,2% en 2018,
con lo que las ganancias de competitividad de la economía se producen, en gran parte, por la devaluación
interna. Pero, el tiempo para ganar
productividad se agota antes de que
concluya la fase alcista del ciclo económico.
17 febrero 2018
12 febrero 2018
Una nueva agenda progresista para España y para la Unión Europea
El Gobierno carece de una agenda reformista, de tal forma que la recuperación económica proviene, básicamente, de factores transitorios que están perdiendo fuerza a la hora de impulsar el crecimiento futuro de la economía española. De ahí que la convergencia al crecimiento potencial -situado muy por debajo del observado- sea más rápida en España que en la media de la Unión Europea.
No parece que de manera sustantiva haya cambiado el viejo modelo de crecimiento de la economía española. Más bien la situación se ha agravado, al menos, por dos razones. La primera, que después de la euforia del “ladrillo” hemos percibido, de manera estructural, que el modelo neoliberal hace de la desigualdad y la precariedad laboral el instrumento más importante para financiar la competitividad y el crecimiento. En segundo lugar, la situación se ha agravado porque en la crisis nos hemos percatado de que el diseño del área monetaria común es dolorosamente incompleto e imperfecto.
Por tanto, la política económica se tiene que centrar en las palancas estructurales, o en grandes objetivos de país, es decir: la productividad, un empleo de calidad y bien remunerado que llegue a todos/as, y unas finanzas públicas que contribuyan a redistribuir eficazmente la renta y la riqueza.
En cuanto a la productividad de la economía española, tanto sus niveles como sus tasas de crecimiento están muy lejos de los países más desarrollados de la Unión Europea y de Estados Unidos. En este sentido, la mejora del crecimiento potencial de la economía española en el medio plazo depende crucialmente de que se logre alcanzar un mayor dinamismo de la productividad, dado el efecto negativo que el envejecimiento progresivo de la población tiene sobre el PIB potencial. El Gobierno no tiene para esta legislatura una agenda de reformas, solo hay que examinar los proyectos de leyes que ha presentado en el Congreso en estos últimos años.
El mercado de trabajo ha empeorado sus complicaciones estructurales del pasado. Al problema de temporalidad estructural y altas tasas de desempleo de larga duración, suma la reducción de los salarios de las rentas más bajas, que ha disparado el porcentaje de trabajadores pobres y la pérdida de peso de las rentas de los trabajadores en la renta nacional, como consecuencia, entre otras razones, del desequilibrio en la negociación hacia los empresarios. Es fundamental que el Gobierno refuerce la causalidad en la contratación y penalice y persiga la utilización indebida de la contratación temporal, y por supuesto, que se retome como meta el equilibrio en las relaciones laborales.
En el marco de una consolidación fiscal de medio plazo, el objetivo irrenunciable tiene que ser la reducción de la deuda pública como ancla, pero, se debe plantear una vía distinta de reducción del déficit público. Distinta a la planteada por el Gobierno, basada en dos elementos: de un lado, una mayor calidad del gasto público, con lo que permitirá liberar recursos para implementar políticas públicas; y de otro lado, una reforma fiscal que priorice la lucha contra el fraude y la elusión fiscal, así como, una cesta de impuestos, con un mayor peso de los impuestos sobre los beneficios de las grandes empresas y de la riqueza. Aspectos ambos que tienen que permitir un mayor Estado del bienestar, más necesario que nunca, ante el crecimiento de los perdedores producto de un nuevo estadio de la globalización, los cambios tecnológicos y creciente digitalización del aparato productivo. Además, las nuevas finanzas públicas deben abordar los retos derivados del impacto del envejecimiento de la población sobre las finanzas públicas y en particular sobre el sistema de pensiones.
Pero con lo anterior no es suficiente. A esos grandes objetivos para España deberíamos añadir, uno importante nuestro papel y nuestra influencia en la Unión Europea, aún más, si tenemos en cuenta que en los próximos dieciocho meses se van a dilucidar cuestiones clave sobre el futuro de la Unión Económica y Monetaria. Efectivamente, la Comisión Europea presentó, el pasado 6 de diciembre, la “hoja de ruta” y un paquete de medidas concretas que se deberían tomar en los próximos dieciocho meses, con el objetivo de profundizar en la Unión Económica y Monetaria europea. Es un objetivo loable, pero insuficiente, puesto que se debe completar de manera óptima la zona monetaria del euro con una auténtica política fiscal.
La amplitud de la crisis en la Unión Europea tiene su explicación en la ausencia de un modelo institucional óptimo para la zona euro, y en el triunfo del pensamiento más ortodoxo que no se fía de compartir los riesgos de un tesoro único, y que exige el cumplimiento de unas reglas sin posibilidad de adaptar su aplicación en función del contexto.
Se deben aprovechar estos años de recuperación macroeconómica para abordar un diseño institucional de la zona euro que permita en el menor tiempo posible, en primer lugar, una política fiscal anti-cíclica, con unos estabilizadores automáticos que cumplen eficazmente su función de estabilización económica. Y en segundo lugar, un respaldo de último recurso para la unión bancaria, que incluya el seguro de depósitos. Y para ello, es necesario ampliar los objetivos del Fondo Monetario Europeo (FME).
Hay una tercera pata que contribuiría a desarrollar una política fiscal que solvente los choques macroeconómicos asimétricos, y a financiar el pilar social y la reducción de las desigualdades: la política tributaria común -eficiente, justa y suficiente-. Esta política impositiva común se debe sustentar en tres cimientos: una mayor armonización de las bases imponibles, el establecimiento de impuestos sobre los patrimonios y las transmisiones financieras, además de la lucha contra el fraude, los paraísos fiscales y la elusión fiscal.
Cuanto más tiempo se tarde en desarrollar esta agenda reformista y progresista, más tarde llegará la prosperidad a la mayoría de los españoles/as.
31 enero 2018
25 noviembre 2017
19 noviembre 2017
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